Así como el futuro es presa de la acción y el camino recorrido, de una voluntad, el pasado no necesita más que una casualidad para manifestarse ante nuestros ojos. 

La historia del perro que se comió el trabajo (el proyecto, el contrato..) que ayer mismo, hasta las tantas, uno se esforzó tanto en hacer es una excusa muy barata. Cierto y verdad. Pero no por ello, entre la infinidad de alternativas que ofrece la casuística del día a día, uno tras otro, deja de ser una posibilidad, que si bien no miramos de frente, sí, al menos, con el rabillo del ojo. Porque las casualidades existen, y además ocurren. 

Así, tal cual, le ocurrió a un ejemplar de Eugenie Grandet del honorable Balzac que la biblioteca del IES Cristóbal de Monroy me prestó en confianza unas semanas antes. Ya fuera la mano virtuosa del escritor francés, su sentido del humor, la trama de amor y avaricia o sencillamente el olor irrechazable de la pasta del libro, el escuálido galgo de mi cuñada, alias “Rayito”, no pudo resistirse a mordisquearlo hasta dejarlo ilegible.  

Me propuse, entonces, como no podía ser de otra manera, restituir la pérdida con otro ejemplar. Sin embargo, no fue tan sencillo como yo esperaba. Pues, a sabiendas de la genialidad que rezuma Honoré de Balzac, la mayoría de los libreros a los que acudí se empeñaban en recordarme que estamos en el siglo XXI y que ahora se leen otras cosas. Busca en tiendas de segunda mano, en los estantes más escondidos de las librerías, me decían. 

Insisto. No fue fácil dar con él. Como otras veces que pretendí conseguir algo bizarro, acabé acudiendo al mercado sumergido y allí, un rayo de esperanza me tranquilizó por fin. “No te preocupes, tarde o temprano, aparecerá”. En eso quedó la cosa. 

Varias semanas más tarde, viendo que no tenía respuesta aún, me aventuré a tantear a Isabel López-Cepero (una de las responsables de la Biblioteca) acerca de las consecuencias derivadas de no devolver un libro prestado. No yo, un amigo, le dije de primeras. Pero, finalmente, confesé. “El perro… que se lo ha comido”…

No me importaba la clemencia que se me brindó. ¿Con qué cara iba a volver a ir a la biblioteca a pedir que me prestasen un libro, si había dejado huella de no ser de fiar?

No, no y no. Pero el tiempo seguía pasando… y nada. 

Un jueves, en principio cualquiera, mi contacto me avisó. “Pásate mañana, que lo he encontrado”. Y así fue. Alabados los dioses de la literatura. 

Viernes, 29 de noviembre de 2024. Lo vi, me aseguré de que era mi ansiada “Eugenia” y lo llevé de vuelta a la Biblioteca del Instituto sin tiempo que perder. Ni tan siquiera le eché un vistazo. Me había costado tanto resolver un problema que creí sería sencillo, que en paz quedé. Por fin. 

Pero aún quedaba una vuelta de tuerca más en las encrucijadas del karma. Pues, cuando los responsables de la Biblioteca chequearon la devolución, encontraron entre sus páginas algo inesperado. Un telegrama antiguo, remitido por una tal Elisa, de Bilbao, con un mensaje corto y, en apariencia, sin sentido práctico. Nada importante, se podría decir. Salvo por un detalle. La fecha. El telegrama fue enviado el 29 de noviembre de 1979. Exactamente, 45 años antes. ¿Casualidad? 

Así como el futuro es presa de la acción y el camino recorrido, de una voluntad; el pasado no necesita más que una casualidad para manifestarse ante nuestros ojos. 

A saber…