A las mujeres que me precedieron, me conformaron y que aún hoy me acompañan.

“… porque yo soy el resultado de esa hemeroteca de resistencias y de pequeñeces que habitan tanto Andalucía como las mujeres pobres de esta tierra”.

Mar Gallego.


Hace algo más de un año llegó a mis manos un libro con un título un tanto peculiar, «Como vaya yo y lo encuentre», escrito por la periodista Mar Gallego en el que hace un recorrido por el poderoso papel de las mujeres en lo cotidiano. Sin duda, este libro al igual que tantos otros me ayudaron a comprenderme y,
comprender, a ser consciente de que cada uno de nosotros comienza su andadura mucho antes del propio parto.


Llegué al mundo cuando mis padres eran ya algo mayores, realidad que por aquellos años no era muy común. Pero lo que en aquel tiempo, siendo niña fue un incordio, poco a poco fue tornándose distinto y descubrí que convivir con tres amplias generaciones me había hecho ver con perspectiva los grandes cambios que habían operado en la sociedad.

Con mi abuela Rosario practiqué el arte de saber qué hablar y qué callar, dónde y cuándo hacerlo. «La mejor palabra es la que se queda por decir», solía repetirme (sin duda me quedó pendiente más de un parcial de esta materia, algunos pueden dar fe de ello). Era la generación del susurro.«¡Silencio! ¡Silencio he dicho! ¡Silencio!» : La casa de Bernarda Alba, Federico García Lorca.


Mi madre me contaba cómo la abuela sentada en la cocina dejaba caer las “perras chicas” sobre el delantal al final de semana y las movía mientras comentaba: «Me da para un guiso de papas». Eran susurros en aquellas noches en las que era preciso idear un plan para comer al día siguiente. En esos lugares, que muchos consideran no lugares, porque de ellos no se escribe, había mujeres resilientes, generosas, intercambios de saberes y de ayuda. Pero, como dice Mar Gallego, nunca vemos delantales y mujeres como Rosario en las estatuas públicas de los pueblos y ciudades.


Nuestras abuelas, nuestras madres, señala la autora, no son antepasadas, son antepresentes en la medida en que, en parte, hoy nos conforman. Y ciertamente, la fortaleza de mi abuela conformó a mi madre, maestra de escuela. «Estudié las oposiciones pasando muchas horas en la iglesia, junto a las velas de los altares», porque en casa -decía mi madre- no había luz».


Sin duda, esa herencia de silencios dejó en nosotras su huella, las mujeres callaban, pero estaban y su presencia era contundente, rotunda y poderosa. Hoy nos queda su legado que nos ayuda a domesticar la triste intemperie en que nos sumergen sus ausencias. Estamos en deuda con ellas, urge aprovechar ese camino que nos abrieron, entender que desde entonces muchas cosas han cambiado y visibilizar la fuerza de todas esas mujeres que nos precedieron.

Isabel Ceverino Domínguez

Departamento de Biología y Geología