Desocupado lector, lo que va a leer quiere ser la más fiel transcripción de unos papeles antiguos que pude consultar hace ya mucho tiempo. En mis años mozos, quemé mis pestañas en horas y horas de investigación en diversos archivos para preparar una tesis que nunca llegó a terminarse. Y en un archivo provincial del cual no debo acordarme, por razones que aquí no proceden, encontré, entre legajos de expedientes veterinarios caprinos, una carpeta mugrienta, tal que parecía haber servido como mantel de un festín de sardinas en aceite, titulada con grandes letras mayúsculas y escritas a lápiz como “Guerra de la Independencia”. Cosidas con un hilo del que parecía que de antaño colgaba una longaniza, había más de cien hojas sin numerar, algunas rotas, otras manchadas o quemadas. También quedaban restos de páginas que habían sido arrancadas. Y durante dos meses, me puse a intentar darle un orden y las transcribí lo mejor que pude, porque la caligrafía, que solo puedo calificar como infame, me hizo perder un par de dioptrías.
Un buen amigo, que en aquel momento también lo era de mi novia, se sintió entusiasmado con mi casual descubrimiento. Lo consideré normal, ya que era paleógrafo (en paro) e insistió en que trabajara intensamente en el manuscrito. Y así estuve, como ya he dicho, días y noches dedicado exclusivamente a ello, recibiendo los ánimos de este amigo que no dejó de insistir hasta que acabó encontrando trabajo y una nueva novia, la que hasta entonces había sido la dueña de mis desvelos. Es por ello que me tomé el trabajo del manuscrito con el mayor de mis esfuerzos, y toda mi sapiencia historiográfica se volcó en desentrañar qué legado quería dejarnos ese pasado decimonónico de aquella guerra que comenzó un 2 mayo de 1808, justamente la misma fecha en que mi amigo, el paleógrafo, y mi Dulci, así se llamaba mi ex, se mudaron a Palencia.
Pablo Romero Gabella
Profesor de Geografía e Historia
IES Cristóbal de Monroy